Ayahuasca, iboga, kawa
La Amanita muscaria, esa seta de tallo níveo con caperuza roja, generalmente jaspeada por puntos blancos, que figura en todos los cuentos de hadas, constituye el principal fármaco visionario de muchas tribus siberianas desde tiempos remotos. Probablemente por influencia del cristianismo, que hubo de combatir cultos paganos ligados a su uso, esta amanita se incluye en el elenco de las venenosas (junto a la phaloides y otras muy tóxicas), pero no se conoce un solo caso de sobredosis mortal debido a ella. Su principio activo es el muscimol, y he oído distintas versiones sobre su efecto. Algunos mantienen que produce una ebriedad parecida a la de los hongos psilocibios. Otros -de los que me fío más- dicen que induce primero un sopor profundo, y sólo luego un estado a caballo entre la sedación y las visiones, parecido al de la ergina o amida del ácido lisérgico.
Hay varias plantas que contienen IMAOS naturales, como harmina o harmalina. Es el caso de la ruda en Europa, y de especies tropicales como la liana Banisteriopsis caapi, llamada muchas veces yagé y ayahuasca. Análogo en muchos sentidos a la iglesia aborigen del peyote, el rito ayahuasquero -practicado originalmente en las cuencas del Orinoco y el Amazonas- ha cobrado alas en la última década, gracias sobre todo a las iglesias y sectas de origen brasileño, cuyos fieles han aumentado espectacularmente, y empiezan a consolidarse en Europa y Estados Unidos. Sus ceremonias periódicas de comunión con el fármaco les proporciona trances visionarios que hasta ahora no han sido objeto de represión, pues los vehículos botánicos empleados por sus chamanes no figuran en las listas de drogas controladas o prohibidas.
Sin embargo, cometeríamos un grave error creyendo que el aborigen llama ayahuasca o yagé a simples extractos de un IMAO natural comparable en efectos -y toxicidad- a los actuales estimulantes de acción lenta vendidos por nuestras farmacias para tratar la depresión. La sagacidad química del indio desborda con mucho un remedio semejante. Lo consumido de modo ritual como ayahuasca añade a esa liana extractos de otras varias plantas -como la Psychotria viridis-, cuyo denominador común es contener dimetiltriptamina (DMT), una sustancia de gran potencia visionaria. Los IMAOS de la Banisteriopsis sirven para que plantas ricas en DMT resulten activas oralmente, porque la DMT sólo despliega sus efectos por vía de inyección o fumada, y en esos casos apenas dura cinco o diez minutos; pero los chamanes descubrieron -hace un tiempo inmemorial- que si se combinaba con IMAOS naturales no sólo podía beberse, sino otorgar una experiencia mucho más prolongada, y menos abrupta psíquicamente.
El resultado es un brebaje de toxicidad mínima y eficacia máxima. En vez de tratar la depresión con IMAOS artificiales en dosis altas, cotidianamente, hasta conseguir una impregnación de todos los tejidos, el ayahuasquero se administra semanal, mensual o anualmente una pequeña cantidad de IMAO combinada con un fármaco visionario, para provocar un trance sin riesgos orgánicos, que -entre otras cosas- combate la depresión. Analizada químicamente, una mezcla habitual entre chamanes del río Purús, por ejemplo, viene a contener 40 miligramos de IMAO y 25 miligramos de DMT. El desanimado paciente de un psiquiatra puede estar tomando 200 o 300 miligramos de IMAOS, día tras día.
Lo equivalente en África a la iglesia peyotera y la brasileña del Santo Daime es el culto bwiti, establecido en Guinea, Gabón y Camerún, que parece defenderse cada vez mejor de las misiones cristianas e islámicas. Su vehículo de comunión es un cocimiento extraído del árbol Tabernanthe iboga, que contiene un alcaloide indólico (la ibogaína). Sólo he realizado dos experiencias con extractos de iboga; la primera, empleando una cantidad que se reveló insuficiente para inducir visiones, produjo efectos estimulantes que se prolongaron casi dos días. La segunda, con un tercio más, indujo visiones borrosas, opacas en contraste con las de LSD, mescalina o psilocibina -y prolongó sus efectos tres días. En ambos casos quedé agotado, con la sensación de que la ibogaína era más adecuada para la dotación psicofísica de un fang guineano que para alfeñiques occidentales como yo. Me pareció también que podría afectar gravemente al corazón y a otros órganos, pálpito confirmado luego por dos casos -uno de muerte y otro de intoxicación casi fatal- ocurridos en Europa.
Polinesia y Micronesia utilizan el kava o yagona -un extracto de las raíces del árbol Piper methysticum- en contextos tanto lúdicos como ceremoniales. Es un fármaco que en dosis no muy altas funciona como sedante eufórico, muy agradable y hasta cierto punto similar a cantidades mínimas de MDMA. En dosis muy altas algunos atribuyen al kava actividad visionaria, aunque no puedo confirmarlo a partir de mis propias administraciones. Parece también que por encima de cierta cantidad (800 - 1.200 miligramos de dihidrometisticina, su principio más activo) pueden producirse alergias cutáneas. Varios laboratorios alemanes, y herboristas norteamericanos, han comercializado hace poco esta droga como «ansiolítico» y «euforizante sin resaca».
ESCOHOTADO, A. Historia General de las Drogas. Pág. 1352-1355. Ed. Espasa, 2005
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